¿República o monarquía? Una réplica a diez sinrazones / Manuel Ruíz Robles
En el artículo aparecido el pasado lunes 17 de agosto en el diario El País, titulado ¿Monarquía o república? Diez razones, cuyo autor es Emilio Lamo de Espinosa, se hace una defensa ahistórica de la monarquía, es decir sus argumentos son extraños a un enfoque dialéctico de la historia. Trataré de rebatir tan solo algunas de dichas pretendidas razones, pues las demás me parece obvio que caen por su propio peso. La afirmación más sorprendente, sobre todo proviniendo de un catedrático de sociología de la prestigiosa UCM, es la de considerar que “es más probable que una democracia sea de calidad si es monarquía que si es república”, citando más adelante a las monarquías danesa, británica, holandesa, noruega y sueca.
Los resultados de numerosos procesos históricos prueban todo lo contrario. Las monarquías han ido siendo sustituidas por Repúblicas, generalmente de mayor calado democrático que las monarquías a las que sustituyeron. A la inversa, de republica a monarquía, muy raramente.
La Revolución francesa (1789) fue el pistoletazo de salida para la abolición de numerosas monarquías en Europa. Desde aquella fecha memorable fueron abolidas en Europa 17 monarquías, de las cuales 16 en el siglo pasado. Sin contar la abolición pacífica de la monarquía española en dos ocasiones, en la I República (1873) y la II República (1931), ambas republicas destruidas finalmente por sendos golpes militares, de impronta monárquica.
Del golpe nacional católico de 1936 contra la II República se derivó la Guerra de España, preludio de la agresión nazi fascista a los pueblos de Europa. Esto dio lugar a la dictadura y a innumerables crímenes, de cuya impunidad es cómplice el régimen de la Transición. Crímenes ocultos por la vergonzosa ley preconstitucional de amnistía de 1977 y la necesidad del franquismo de blindarse frente a la Justicia.
Por si fuera poco, el régimen de la Transición pretende asimismo que la inviolabilidad del rey sea absoluta, y por lo tanto asegurar su impunidad frente a la avalancha de presuntos latrocinios.
Por otro lado, elude el hecho de que las monarquías europeas colaboracionistas, o implicadas en dictaduras, fueron abolidas por sus pueblos. Excepto, claro está, la monarquía española que, tras ser abolida por la II República, fue reinstaurada por el fascismo, tras provocar una guerra, una dictadura, llevar a cabo una masacre sistematizada contra toda persona no adepta al nuevo régimen y la consiguiente imposición de un largo exilio a numerosas familias republicanas, sobrevivientes al genocidio.
Como es bien sabido, Alfonso XIII conspiró contra la República desde la Italia de Mussolini, mediando en la compra de material de guerra, previamente al golpe militar; y su hijo, Juan de Borbón, padre del rey Juan Carlos I, ofreció sus servicios al general sublevado Francisco Franco a fin de participar en una guerra de exterminio de republicanos y republicanas. Sin embargo, Franco lo rechazó; probablemente debido a sus ansias de asegurar su poder como “Caudillo de España por la Gracia de Dios”, además de tener otros planes para el devenir de la monarquía española, como dejó plasmado en la legislación vigente.
En plena dictadura, el hijo de Alfonso XIII, Juan de Borbón, puso a su hijo Juan Carlos de Borbón a las ordenes de Franco. Posteriormente fue nombrado por este sucesor a título de rey, pasando a ser jefe de la dictadura a la muerte del dictador con el apelativo de rey Juan Carlos I.
Hemos sabido recientemente, tras catorce días de mutismo de la Casa Real, que el rey Juan Carlos I, huido de España y en paradero desconocido, se encuentra desde el 3 de agosto con sus amigos de las “modélicas” monarquías del Golfo. La pregunta inquietante que a cualquier persona de a pie, como es mi caso, se le viene a la mente es: ¿Para qué está el rey Juan Carlos I en los Emiratos Árabes?
Otra sorprendente afirmación del Sr. Lamo de Espinosa es: “La jefatura del Estado que tiene España es compatible con casi cualquier identificación ideológica”.
Tal afirmación es errónea. Prueba de ello es la decisión por parte del CIS de suprimir en las encuestas las preguntas referentes a la monarquía, ya que año tras año ha ido bajando su aceptación por parte de la población. Esto indica una toma progresiva de conciencia por parte de la ciudadanía.
En autonomías como la catalana o la vasca el rechazo a la monarquía supera ya el 75%.
“Abrir un periodo constituyente para cambiar de modelo es dar un salto al vacío cuando no hay consenso para hacerlo”. Esta afirmación no se sustenta en un análisis mínimamente riguroso. En efecto, la evolución de la realidad va en sentido contrario a la que manifiesta el Sr. Lamo de Espinosa. La población, como muy bien sabe el CIS, es cada vez más crítica con la monarquía y más favorable a una forma de estado republicana, lo que tendrá finalmente consecuencias, pues los futuros resultados electorales modificarán probablemente la composición de ambas Cámaras, de los Parlamentos autonómicos y de los Ayuntamientos. Es previsible, pues, que la República acabe desbordando pacíficamente las barreras de contención de la monarquía.
El intento de evadirnos de una realidad evidente, bajo el pretexto de ver un riesgo en el inevitable debate público, nos precipitaría directamente al vacío que el Sr. Lama de Espinosa tanto teme. Seguramente muchos monárquicos moderados estén llegando a la misma conclusión.
Obstinarse en seguir imponiendo al pueblo la fraudulenta constitución del 78 es una necedad que puede llegar a tener un resultado catastrófico para el conjunto de la población, pues a fin de cuentas Felipe VI es sobre todo un rey Borbón, y de ello ya ha dado sobradas pruebas.
18 de agosto de 2020